Sobre "Cien años de soledad" de Gabriel García Márquez escribo. En la cama de al lado mi "esposa" escribe inequivocos alicientes externos.
Cien años de soledad, ¡qué osadía! La horca antes que cien años de soledad. Es la pricipal razón de existencia, y se llama necesidad; necesitamos de los demás, todo filósofo llega a esa conclusión. Un sólo día en soledad..., ... pero un día sin tí...
Correa invisible que nos ahoga y nos alimenta. Ataduras que te sueltan cuando quieren y te revientan apretándote hasta la soledad en otras ocasiones. Puro encanto teatrero que absorve todo cuanto perdura. Ventrescas de atún que no alimentarán a un búho. Ese búho que huye de todo cuanto no conoce.
Me lanzé al río y estuve en el fondo más de dos meses. Desperté mojado (quien se acuesta con "niños" amanece mojado). Y sigo esperando secarme, pero escuece secarse al aire del norte, y no paro de cobijarme en lugares intrínsecos, y así no me secaré nunca. ¡Me mojé!, por no haber llevado paracaídas; si ya me lo dijo mi "mamara", llévatelo y será más seguro, y nada yo tozudo que quería mojarme (aunque hubiera sido un chubasquero me hubiera ayudado). Pero era una sensación tan placentera la de mojarse y daba tanta libertad...
Ahora espero nuevos ríos, nuevos mares para tirarme al vacío y perder el miedo que le he cogido. Pero la puerta de palma siempre estará abierta para ese gran puente que me proporcionó el mayor y más gratificante salto que nunca he dado, a pesar de las nefastas consecuencias que trajo. Y aún así me volvería a tirar mil veces.
Noches empapadas de humo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario